Poco a poco la psicología ha ido haciéndose un hueco importante en nuestra sociedad. Cada vez somos más conscientes de la importancia que tiene la salud mental y, por ello, hemos comenzado a trabajar para encontrarnos bien psicológicamente como una manera de mejorar nuestra calidad de vida. Conceptos como ansiedad o depresión se han vuelto muy familiares en nuestro lenguaje cotidiano. Sin embargo, en ocasiones el uso de estos términos relacionados con la psicología crea más problemas que beneficios. Vivimos en un mundo en el que se ha normalizado el uso de etiquetas diagnósticas, y eso conlleva ciertos peligros.
Cuando un profesional de la psicología o la psiquiatría realiza un diagnóstico, no está haciendo otra cosa que ponerle un nombre a una serie de síntomas que padece la persona y que le permiten clasificarlo como paciente de un problema concreto.
¿Para qué sirven las etiquetas diagnósticas en psicología?
Las etiquetas diagnósticas, es decir, los nombres de los diferentes trastornos psicológicos, surgieron para facilitar la comunicación entre profesionales de la salud mental. Sin embargo, con estas etiquetas no se pueden conocer las causas de un comportamiento, ni el contexto en el que éste se hace más patente, por lo que esa etiqueta simplemente es un punto de partida a partir del cual investigar y ayudar al paciente.
Los problemas surgen cuando se es víctima de una “etiqueta diagnóstica”, bien por el sesgo social que su colocación puede provocar en las personas, («no juegues con Martín, que tiene hiperactividad) bien por la incorporación a la identidad de ese nombre, de esa psicopatología arrasando con todas las demás partes de la persona (“Martín, el hiperactivo”). Cuando en realidad Martín es mucho más que eso: es inteligente, comprensivo, buen amigo…)
Las etiquetas diagnósticas pueden limitar el desarrollo del potencial de la persona diciéndole lo que es y no lo que podría llegar a ser.
Las personas nos adaptamos al mundo en el que vivimos de la mejor manera que encontramos, aunque eso suponga en ocasiones comportamientos que puedan considerarse inadaptados y se puedan encasillar teóricamente dentro de un trastorno de los que aparecen en el DSM-IV (Manual Diagnóstico y Estadístico de los Trastornos Mentales). ¿Para qué ponerle entonces un nombre con connotaciones negativas a las personas con un comportamiento y/o sentimiento determinado si éstos le han servido para sobrevivir y adaptarse a su situación individual? ¿No sería mejor plantearse cómo desechar lo que ya no le sirve porque le hace sufrir para poder crecer y ser más feliz? ¿Es estrictamente necesario decir a alguien lo que «es» según un libro?
Los profesionales de la psicología tenemos que formar parte de la solución, no del problema. Es decir, lo importante es mejorar el estado emocional y la calidad de vida de las personas, atacar directamente a los síntomas que dificultan el correcto desarrollo de nuestra vida diaria.
Por todo ello, no debemos ver las dificultades como “problemas”; sino como pequeñas piedras que aparecen en nuestro camino y que, con nuestro esfuerzo (y algo de ayuda), conseguimos que salgan de él.
Tenemos que ser conscientes de que a lo largo de nuestra vida aparecerán determinadas situaciones que no seremos capaces de gestionar. Por ello, disponemos de los profesionales de la psicología que nos ayudarán a encontrar la solución más adecuada. Cada persona es única, y, por tanto, únicos son sus comportamientos, sentimientos y actitudes. Dos personas sienten y reaccionan de forma diferente ante la misma situación.
Nos preguntamos entonces: ¿De qué nos sirven las etiquetas diagnósticas?
Recuerda:
SOMOS MUCHO MÁS QUE ETIQUETAS.SOMOS PERSONAS.
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