No es extraño que un proyecto de pareja termine. Las relaciones entre dos personas pueden sufrir alteraciones y no siempre es posible mantener la convivencia.
La rotura de la pareja es un momento complicado y triste. Implica un proceso de duelo y de reconstrucción. Pero, en el caso de la separación en un núcleo familiar, no sólo la pareja sufre las consecuencias; los hijos, en extensión, también deben habituarse a esta nueva situación.
A menudo el padre y la madre se esfuerzan por mantener a los niños al margen e intentan hacer prevalecer el sentido común y la cordialidad. En ocasiones, sin embargo, no es posible. La separación conlleva una gran cantidad de emociones, recuerdos, do- lor … que pueden sacar lo peor de nosotros.
Es importante tener en cuenta como padres que, a pesar de que nuestro proyecto en pareja ha terminado, el proyecto familiar y educativo sigue en pie. Por eso tenemos que trabajar con cuidado la gestión del cambio desde la comunicación.
Tal como se expone en la teoría de la comunicación humana de P. Watzlawick (1985), no existe la posibilidad de no comunicar. Toda conducta en una situación de interacción tiene un valor de mensaje. Es comunicación. Un individuo nunca deja de comunicar, ya sea con lenguaje verbal como no verbal, y por ello puede influir sobre los demás.
Por este motivo debemos saber que los niños son sensibles a las situaciones y perciben lo que pasa.
Es importante tener en cuenta diferentes factores que nos pueden ayudar en la comunicación con los hijos en un momento tan delicado:
Hablar y explicar las decisiones conjuntamente a los niños. Pueden entender las cosas si somos sinceros y precisos. Evitemos situaciones confusas e incongruentes que pueden generar interpretaciones equivocadas o pensamientos negativos.
Utilizar explicaciones claras y sencillas. Intentar dar información que sea fácil de manejar por ellos. De esta manera es más fácil la comprensión y podemos convertir la angustia en un sentimiento positivo. Utilizar expresiones como, “los padres ya no son novios, ahora son amigos”. Son mensajes cercanos y fáciles de procesar para los más pequeños, y además transmiten el mantenimiento de la relación de unidad, la sensación de que los padres seguirán con ellos pase lo que pase.
Mostrar las emociones y las frustraciones es humano y natural, pero es conveniente que nuestros hijos nos vean serenos, como un pilar en quien se pueden apoyar. Es importante respetar los límites que separan nuestra relación de pareja de la relación que tenemos con ellos.
Evitar cosas que puedan hacer sentirse mal a los niños, como por ejemplo hablar mal del otro progenitor, ya sea por nuestra parte como por parte de terceras personas. Cada vez que hablamos mal atacamos directamente a sus fuentes de seguridad. Los desprotegemos y les causamos un conflicto interior. Ellos aman a los dos progenitores por igual.
Encontrar momentos para hablar con calma, sin prisas. Se debe dar margen para hacer preguntas y para responderlas, poder expresar los sentimientos y las emociones.
Si son mayores les deberíamos informar de aspectos logísticos y de organización: si seguirán haciendo las mismas actividades, si continuarán en la misma escuela, quién los irá a buscar, etc.
Es importante escuchar activamente: observar, ver y escuchar a los hijos, tanto lo que nos dicen en voz alta como lo que nos transmiten sin hablar, con sus actos y sus conductas. Cada persona necesita un margen, su propio tiempo indeterminado para superar y digerir las cosas que han pasado, el tiempo de duelo. No dejéis de preguntar, no deis por supuesto. El interés no debe significar preocupación o sufrimiento, sino que transmite amor, el mensaje de que “tu eres lo más importante”.
La relación de pareja ha finalizado, pero nuestra relación como padres dura toda la vida. El proyecto de compartir la educación de los hijos es esencial para la buena gestión de la situación y el desarrollo de los niños.
Anna Bayo
Pedagoga